Como si fuera el único día
26 Mar 2024

Como si fuera el único día

Muchas veces se nos aconseja vivir cada día como si fuera el último. Supongo que la intención detrás de este consejo es aprovechar la vida al máximo, ir detrás de nuestros sueños derribando vallas de miedo e inseguridad. Sin embargo, detrás de tan inspirador mensaje, puede aparecer la semilla de la ansiedad y la frustración.

Por un lado, vivir cada día como si fuera el último implica abordarlo con gratitud, despertar por la mañana agradeciendo el regalo de ese nuevo día (porque el anterior ya había sido el último, lo que implica que darse cuenta de que volvimos a despertar de este lado, pasa a ser toda una experiencia en sí misma) y así debería ser siempre. Pero por otro, como es el último, lo encaramos con los dientes afilados, con un hambre voraz por cumplir todas aquellas cosas que sentimos pendientes, por experimentar la vida como nos imaginamos que tendríamos que experimentarla si no fuésemos a despertarnos el día siguiente, apreciando la belleza y los momentos gratos con un cierto sabor a nostalgia, por sabernos conscientes de la finitud latente, por la probabilidad 50-50 de quizás no volver a despertar por la mañana. Y otra vez, encaramos el día desde el miedo. Y el miedo no puede ni debe ser el motor para despertar a la vida. Cuando vivimos cada día como si fuera el último, lo llenamos de expectativas, esperando que todo lo que pase se acomode a ese plan perfecto que teníamos armado en función de lo que nos gustaría sentir, hacer y pensar antes de que se acabe nuestro paseo por este plano. Y cuando queremos que el día se amolde a nuestras expectativas, inevitablemente otra vez, la frustración está ahí, sonriendo desde el acecho. Como consecuencia, si a lo largo del día te encuentras con obstáculos que impiden que lleves adelante tu deseo, si te involucras en alguna discusión y terminas experimentando emociones que no deseabas para tu último y perfecto día sobre la faz de la Tierra, claramente vas a sentir frustración y la sensación de haber sido un rotundo fracaso. Por eso, por muy buenas que sean las intenciones detrás de esta tan popular frase, no podemos seguir usándola como frase de cabecera.

Mi propuesta entonces es que, en lugar de que vivamos como si fuera el último día de nuestras vidas, lo hagamos como si fuera el único. Encarando la vida desde esta perspectiva, podemos ubicarnos voluntariamente en el momento presente. Esto implica una decisión deliberada por dejar el pasado atrás, tomando solo aquello que vamos a necesitar para equiparnos para construir este nuevo y único día. El pasado ya pasó y sentó las bases para hoy, pero somos conscientes de que su bagaje y sus pesadas cargas emocionales de enojos, culpas, rencores y ofensas ya no tienen espacio. A la luz de esta nueva mirada, podemos, en primer lugar, ver a quienes nos rodean con ojos renovados, permitiéndonos reconocerlos sin opiniones ni juicios previos. Entonces nuestra relación con el entorno cambia, se vuelve única en este día particular con sus propias circunstancias. En consecuencia, vivir de esta manera da lugar a la esperanza. Las relaciones pueden restaurarse teniendo en cuenta que es la primera vez que vamos a conocer el mundo y a las personas que conforman nuestro núcleo en este nuevo día. De esta forma, damos la posibilidad a todos y a todo de volver a presentarse y nos damos la posibilidad de descubrirlos desde la curiosidad y el asombro. Es importante hacer una salvedad. Ni el pasado ni el futuro dejan de importar, por lo que a lo largo del día haremos cosas que nuestro yo de mañana, que ya no vamos a ser nosotros mismos, va a agradecer que hayamos hecho, podemos dejarle mensajes, como alivianarle el trabajo del día siguiente, manteniendo el orden, empezando y terminando cada tarea con esmero y con cuidado.

Como cada día es único, no tenemos que forzarnos a hacer todo lo que nunca hicimos como si fuera a terminarse el mundo. Se trata de ir transitando cada momento, conscientes de que hay mañana y hubo ayer, pero sin perder de vista, por obvio que parezca, que cada cosa que pase va a estar pasando por primera y única vez en esta vida. Entonces cualquier emoción, cualquier pensamiento, cualquier cosa que pase, va a haber pasado sólo hoy, dejándonos su respectivo aprendizaje. Las alegrías, enojos, tristezas, discusiones, risas, los buenos y malos momentos cobran todos un valor importante por ser acontecimientos únicos e irrepetibles.

Además de todo esto, vivir cada día como si fuera el único tiene una ventaja más. Nos da la chance de convertirnos en aquella versión de nosotros mismos que queramos, despojándonos de definiciones y etiquetas que hoy no nos sirven Así como elegimos qué ropa ponernos, podemos elegir con qué actitudes y formas queremos presentarnos ante un mundo que también es nuevo y está deseoso por explorarnos.

Vivir cada día como si fuera el único, es vivirlo con sorpresa, como desenvolviendo un regalo. Es transitar cada paso con ojos de asombro, sacándole a todo los prejuicios y las impresiones que nos dejó el pasado. Esto no implica, olvidar que ciertas personas, contextos, situaciones, e incluso decisiones y actitudes propias nos hayan hecho daño. El aprendizaje es necesario, son los bloques que nos protegen y nos van formando, pero lo que podemos dejar atrás es el rencor, el orgullo, el enfado, la frustración, los sentimientos de inseguridad y la carga del fracaso y dejar que no solo la vida, sino nosotros mismos también, nos sorprenda. Como una oferta de un solo día, un concierto, una fiesta o una salida al teatro, vivir cada día como único nos invita a saborearlo rato a rato conectándonos con el privilegio de estar aprovechándolo con todos los sentidos abiertos.

Tal vez de esto se trate eso de "poner la otra mejilla". Tal vez sea la mejilla del crecimiento, del elevarnos por sobre lo que nos dejó el pasado y darnos la posibilidad de reencontrarnos ante una mirada renovada. Porque ahí es donde reside la verdadera magia. No en la realidad en sí, sino en nuestra forma particular de apreciarla.

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