Esta semana me crucé con historias nuevas y caras que nunca habían pisado Tauros.
Algunos entraron con los mismos miedos de siempre:
"Dicen que el profe no te da bola"
"No sé si voy a encajar"
La verdad es que Tauros no es un lugar tibio:
o te gusta, o no.
No tiene punto medio.
Y eso está bien, porque lo que nace auténtico no pide permiso para serlo.
Pero esta semana algo me pegó distinto.
Llegaron varios abuelos.
Una señora de 93 años que camina con más energía que yo.
Un abuelo que vino con su nieta y terminó entrenando… y riéndose a carcajadas conmigo por el sarcasmo que compartimos.
Y no solo nos reímos nosotros: nos reímos entre todos.
Quizás algo poco común —o directamente fuera de lo común— en este ambiente.
Acá pasa algo raro: entra alguien por primera vez, y al irse, todos lo saludan, todos le hablan como si se conocieran de hace años… cuando en realidad esa fue su primera clase.
Y ahí me cayó la ficha: su tiempo es breve… el mío también… y el tuyo igual.
La vida no es infinita. Y lo que hacemos con cada día importa.
En Tauros no solo entrenamos músculos, entrenamos ganas de vivir.
Nos reímos, transpiramos, nos exigimos… porque cada vez que cruzás esa puerta, le ganás un rato al reloj.
Tauros es para los que dudan pero se animan.
Para los que saben que el tiempo no se guarda, se gasta.
Y para los que deciden gastarlo bien.
“Porque la vida no se guarda… se gasta. Y en Tauros, la gastamos bien.”
Ajustamos precios. Seguimos siendo más baratos que terapia.